Una mañana estaban todos los alumnos sentados en sus puestos, listos para iniciar la clase de lectura. De repente, antes de que llegue la profesora, se apagaron por completo las luces. Los alumnos gritaron porque no sabían qué pasaba, pero inmediatamente se prendieron las luces de nuevo y se encontraron sentados dentro de un cohete.
El cohete comenzó a vibrar y salió un anuncio indicando que se pongan los cinturones de seguridad.
Cuando todos estaban con sus cinturones de seguridad abrochados, el cohete despegó y voló rápidamente hasta llegar a la luna. Una vez que aterrizó, salieron unos cascos de debajo del asiento de cada niño. Eran cascos especiales que servían para respirar fuera de la atmósfera de la tierra.
Cada niño se colocó su casco y las puertas se abrieron. Para su sorpresa, les dio la bienvenida a la luna un gato astronauta color naranja.
El gato les preguntó qué tal había estado el vuelo y cómo se habían sentido al aterrizar en la luna.
Algunos niños respondieron que estaban un poco asustados, mientras que otros dijeron que tenían hambre, para variar, entonces el gato les ofreció queso lunar.
Este queso era especial pues tenían que atraparlo rápidamente con su boca antes de que salga volando. Los niños comenzaron a abrir sus bocas y perseguir el queso, era algo muy divertido.
Cuando todos estuvieron llenos, el gato los llevó a un patio donde había unos bebederos. Estos bebederos eran iguales a los que en la tierra usan los conejos y esto les causó mucha gracia, no podían parar de reír mientras intentaban beber el agua. El gato les explicó que esa era la única manera de tomar agua en la luna, pues de lo contrario se iba volando también.
Luego el gato los llevó a un parque. En este parque había muchos gatos, pero ellos no sabían hablar el idioma humano, por lo que los niños tenían que maullar para poder comunicarse con ellos.
Cuando terminaron de conversar con los gatos, era hora de regresar al cohete porque tenían que volver a la tierra. Todos estaban muy tristes de dejar la luna y a sus nuevos amigos gatunos, pero el tiempo de volver había llegado.
Entraron en fila al cohete y cada uno se fue a sentar a su lugar, dejando el casco bajo el asiento y poniéndose el cinturón de seguridad. Se encendió el cohete con un estruendo y en un instante estuvieron de regreso en su aula. Abrieron los ojos y todo estaba igual que antes, como si el viaje a la luna nunca hubiera sucedido, pero en la esquina de la clase había un gato naranja dormido encima de los libros.